En el Madrid del confinamiento

Un emprendedor se infiltra en Glovo y revela cómo es ser un rider con la Covid

José A. Del Moral decidió enrolarse en la compañía de reparto por una doble razón: quería hacer deporte y salir en una capital en estado de alarma como lo estuvo en primavera y analizar de cerca el negocio.

Un rider de Glovo atiende a un pedido durante el tercer día laborable desde que se decretó el estado de alarma.
Un rider de Glovo atiende a un pedido durante el tercer día laborable desde que se decretó el estado de alarma.
Europa Press

Poco después de que se decretara el confinamiento, en marzo de 2020, el emprendedor José A. Del Moral decidió hacer un experimento social: convertirse en rider de Glovo y recorrer las calles de una ciudad zombi. Del Moral quería contar la experiencia, pero también hacer deporte con su bici.

"Tan solo me preguntaron [en Glovo] si tenía bicicleta y era autónomo", escribió en su blog para emprendedores titulado Gananzia.com. "Una semana después me llamaron para preguntarme, con cierta desesperación, si podía empezar de forma inmediata".

La desesperación de Glovo se debía a que la policía paraba a todo el que estuviera por la calle y pedía documentación. Muchos riders no tenían papeles, y se veían obligados quedarse en casa. Glovo anduvo entonces buscando desesperadamente nuevos riders.

Ahí empezó el experimento social (o laboral) de José A. Del Moral. "Solo le dedicaba 2-3 horas al día y no me daba tiempo a cansarme… Era la primera vez en mi vida que me pagaban por hacer deporte. Además, las calles estaban vacías y yo me sentía libre para ir donde quisiera, aunque fuera en dirección contraria". Ese trabajo le permitió a Del Moral conocer todos los días nuevos restaurantes y "cómo piensa la gente".

A Del Moral le llamó la atención que la gente estuviera dispuesta a pagar 15 euros por un paquete de tabaco a las diez de la noche (tres veces más que lo que cuesta en un estanco). La pandemia hacía saltar por los aires la famosa curva demanda-oferta según la cual, cuando un producto sube de precio, baja la demanda. Aquí no pasaba eso.

Lo bueno de Del Moral es que podía "infiltrarse" en una organización y descubrir por sí mismo aquello que estaba dando tantos titulares en los últimos meses. ¿Están los riders explotados? Además, como emprendedor se dedicó a detectar los fallos y pensar cómo podría mejorarse.

Descubrió que el precio por hora de trabajo no le gustó. "Nunca llegaba a los 10 euros por hora y pocas veces superaba el salario mínimo español (7,43 euros/hora, sin incluir la seguridad social)". Las cosas empeoraron porque sin avisar, Glovo rebajó aún más las tarifas durante el confinamiento. 

Tampoco le gustó poner 25 euros de su bolsillo para pagar la mochila y el soporte para el móvil. Y menos aún las medidas sanitarias. "Es incomprensible que con el envío de la mochila, en pleno confinamiento, no me enviaran ni una mascarilla para protegerme a mí y a los clientes", dice en su blog.

Descubrió que en Glovo no había empatía con el mensajero. "Glovo no muestra ni el menor interés por cómo les va a los empleados", dice Del Moral. Eso se debe a que Glovo es gobernada por una aplicación (un algoritmo) que le dice al mensajero dónde tiene que recoger un paquete de comida y dónde entregarlo. Pero hay muchas incidencias que no resuelve la aplicación. "Fui a recoger un pedido a un restaurante que llevaba dos meses cerrado; fui a hacer entregas a direcciones que venían sin piso (¿a qué timbre llamas?); entregué la comida de un cliente a otro (me habían dado dos pedidos para entregar en un mismo viaje) o la app dejó de funcionar durante varias horas sin que nadie diera ninguna explicación", dice Del Moral en su blog.

La aplicación que emplean los riders no solo les informa de pedidos y direcciones, sino que les puntúa siguiendo determinados patrones. Para ganar puntos hay que estar "disponible" todo el tiempo. Si enfermas y no estás disponible, baja tu puntuación. 

La aplicación en realidad trata de hacer rentable un servicio que por ahora no es rentable. Esta empresa fue creada en Barcelona en 2014 por Óscar Pierre Miquel y Marta Ripoll de Damborenea. Glovo gana entre 4 y 6 euros por pedido. Con ese margen tiene que pagar su estructura y a los riders. Para hacer rentable ese negocio, la estructura del negocio tiene que ser mínima: sin plantillas y sin sueldos fijos. Los mensajeros pagan al Estado 60 euros al mes por estar dados de alta en el sistema de autónomos (al tercer año son 286 euros al mes), y gracias a ello, Glovo se quita un gasto de encima.

Para evitar ese gasto, Glovo se presentaba como un intermediario entre los repartidores (los riders) y los comercios (restaurantes o burgers, por ejemplo). Un repartidor de Glovo puede ganar 1.500 euros al mes si echa muchas horas al día. Pero bajo esas condiciones, según las leyes españolas ya no es un autónomo sino debería ser de plantilla. Solo los que hacen muy pocas horas podrían ser considerados autónomos, como Jose A. Del Moral. Los otros, son en realidad "falsos autónomos". Eso es lo que ha decidido hace pocos días la Justicia española, pues obliga a Glovo a dar de alta a estos mensajeros.

La pregunta es si Glovo podrá ahora ser rentable. Por ahora, no parece un gran negocio. En 2018 Glovo facturó 52,7 millones de euros y perdió 45 millones. El año pasado, triplicó los ingresos hasta 216 millones de euros, pero se dispararon las pérdidas hasta casi 189 millones de euros, según lainformacion.com.

Desde los primeros 120.000 euros para poner en marcha el negocio en 2014, la empresa ha acudido a rondas de financiación. La última fue en 2019: recogió 150 millones de euros. La expansión no ha parado: ha creado supermercados, Superglovo, con 1.500 referencias. Se ha expandido a Costa Rica, Guatemala, Turquía, Marruecos, Egipto y Rumanía. En septiembre de este año 2020, vendió por 230 millones de dólares toda su red de América Latina a la alemana Delivery Hero, lo cual podría permitirle cuadrar las cuentas con beneficios por primera vez en su historia.

Lo que pasa es que, tras la sentencia que le obliga a contratar a miles de riders en España, (tendrán que pagarles la Seguridad Social), no estará claro si definitivamente Glovo es un gran negocio. Fuentes de Glovo afirmaron a los medios que tendrían que sacar cuentas. 

Por otro lado, ha sido precisamente ese modelo basado en "falsos autónomos" el que ha permitido dar trabajo rápidamente a miles de personas. Para un emigrante, llegar a España y conseguir trabajo en Glovo era casi la única oportunidad. A Del Moral le sorprendió mucho la cantidad de venezolanos que trabajaban como riders, la mayoría huyendo como exilados de un país arruinado. "La mayor parte de los riders son venezolanos con estudios superiores que han tenido que salir por patas de su país y que están encantados de contarte su historia personal. Por poner dos ejemplos, charlé con un ex miembro de la orquesta sinfónica del país y con uno de los mejores fotoperiodistas de Caracas. El 7% de la población de Venezuela ha dejado su país y muchos, los mejor formados, han terminado en España".

Esa es la razón, explica Del Moral, por la que estos riders "odian a Podemos y a todo lo que tenga que ver con Chávez". Del Moral también descubrió que algunos riders habían organizado una pequeña organización en pequeña escala, que estaba igualmente cerca de la explotación. Por ejemplo, había riders que se habían dado de alta en el sistema de Glovo pero luego, en lugar de trabajar, alquilaban su licencia a otros riders. ¿Quién querría alquilarlas? Pues mensajeros que no tenían los papeles en regla, inmigrantes, principalmente venezolanos, que encontraban en Glovo una oportunidad inmediata para trabajar en España.

Además, Del Moral descubrió que había "grupúsculos (por no utilizar un nombre más feo)", que controlaban las cuentas con mejor puntuación, las más antiguas y que son por ello las que reciben más pedidos. Esto lo hacen con el beneplácito de Glovo, que sabe que estos repartidores nunca se van a quejar, según Del Moral. Como emprendedor, Del Moral propone un sistema para que Glovo cambie su modelo de negocio hacia uno menos abusivo: primero, crear un grupo de asalariados con incentivos por reparto rápido; segundo, permitir seguir siendo autónomos a aquellos que solo quieren hacer unas horas, pero con un precio mínimo y adjudicación de trabajo mediante subastas. Los clientes no serían los únicos en evaluar a los riders, sino los riders a los clientes. Y que se crease un carné de capacitador para proteger este trabajo, y evitar las bandas que especulan con las fichas de los riders.

Por último, su conclusión es: "El capital riesgo no debería entrar en empresas socialmente no responsables". Lo dice un emprendedor.

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