Nueva York celebra el arte prolífico de los Guastavino

  • En pleno cambio del siglo XIX al XX, el arquitecto valenciano Rafael Guastavino y su hijo homónimo firmaron 250 edificios de Nueva York, muchos de ellos rubricados con sus características bóvedas tabicadas alicatadas, y ahora el Museo de la Ciudad les rinde homenaje en una exposición.

Mateo Sancho Cardiel

Nueva York, 25 mar.- En pleno cambio del siglo XIX al XX, el arquitecto valenciano Rafael Guastavino y su hijo homónimo firmaron 250 edificios de Nueva York, muchos de ellos rubricados con sus características bóvedas tabicadas alicatadas, y ahora el Museo de la Ciudad les rinde homenaje en una exposición.

El Oyster Bar de Grand Central, el hotel Vanderbilt, la abandonada estación de metro de City Hall, la catedral de San Juan el Divino, el mercado del puente de Queens y la casa de barcas de Prospect Park tienen en común la firma de los Guastavino, aunque su nombre no figurara ya que no eran los arquitectos, sino los constructores de bóvedas.

Rafael Guastavino Moreno y su hijo Rafael Guastavino Expósito registraron hasta 24 patentes en Estados Unidos, llegaron a participar en 100 edificios a la vez y la exposición, titulada "Palacios para la gente: Guastavino y el arte del alicatado", aún descubre proyectos desconocidos de este tándem familiar, además de vasijas de cerámica o partituras de música sacra creadas por ellos.

El nombre de esta exposición resalta la importancia de ese ladrillo visto y alicatado que Rafael Guastavino Moreno no descubrió hasta que llegó a Estados Unidos, pues en España había sido siempre estucado. Desde entonces, se convirtieron en la marca más reconocible de la aportación de esta familia a la arquitectura estadounidense.

Los organizadores de la muestra incluso hablan de cartas de Frank Lloyd Wright interesándose por su técnica en los años 50 para la cúpula de la iglesia que estaba construyendo en Milwaukee (Wisconsin).

"Como estructuras, las bóvedas de Guastavino son impresionantes. Tienen un espesor de 10 centímetros y son estructuras de gran resistencia a la carga, al viento y a la nieve. Después de tantos años, siguen sin dar fallos. Y es igualmente impresionante cómo estas bóvedas se abren a la luz. Una de sus bóvedas llegó a tener 35 metros de luz", explicó hoy John Ochsendorf, comisario de la exposición.

Autor también de un libro sobre la obra de los Guastavino y académico del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), enseñó orgulloso cómo su revisitación de la bóveda tabicada (que luego en 1904 se rebautizaría como bóveda catalana) realizada junto a sus alumnos les hizo ganar un premio de arquitectura en el centro de visitantes en Sudáfrica.

Heredando la técnica del arte islámico del siglo XIV y basando su principal atractivo en ese ladrillo visto y una estructura de yeso que fragua tan rápido que no necesita andamiaje, Rafael Guastavino Moreno llegó y triunfó en 1886 a Estados Unidos, donde empezó con la Biblioteca de Boston.

"El ladrillo no solo creaba un efecto visual bonito, sino que también dada un toque de autenticidad desde el material", explica Oshcendorf, quien define a Guastavino Moreno, nacido en 1842, como "negociante, empresario y conquistador".

Había estudiado en la Escuela Técnica de Barcelona antes de que existiera la Escuela de Arquitectura, pero con muchos de los maestros que luego formarían a Gaudí y que definirían un arte al que los Guastavino se adelantaron, el Modernismo.

El padre murió en 1908, pero su hijo (1872-1950), el único que lo acompañó a Estados Unidos junto con una niñera después de la separación de su mujer, desde adolescente aprendió la técnica constructora y empresarial del padre.

"El hijo aprendió a hacer las bóvedas y, a menudo, a los estudiosos nos cuesta distinguir cuáles hizo el padre o cuáles el hijo. Pero muchos de los edificios más famosos son obra del hijo", aseguró Ochsendorf.

"Su innovación más importante quizá sea la de la acústica. Rafael hijo trabajó con un físico de Harvard y estudió los materiales porosos", prosiguió, poniendo como ejemplo la antigua estación de Penn en Nueva York, que amortiguaba el sonido de las locomotoras, o, todo lo contrario, el túnel de los susurros de Grand Central, donde el sonido viaja de manera mágica de un extremo a otro de la bóveda.

El zoológico del Bronx, el museo de Ellis Island, todavía en Nueva York y la iglesia de San Lorenzo en Ashaville (Carolina del Norte) también fueron algunas de sus obras y Guastavino Company cerró, tras 73 años de existencia y haber sobrevivido a las muertes de los dos Guastavinos, en 1962, dejando tras de sí más de 1.000 proyectos en Estados Unidos.

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