De las islas a Toledo

Pili, la canaria que se pagaba el avión, la 'guagua' y el AVE para jugar al rugby

La enfermera descubrió el deporte de casualidad y entró en un equipo local que al poco tiempo se quedó sin liga. Por eso, decidió viajar los fines de semana a la península para participar en torneos nacionales.

Pili, la enfermera canaria que decidió viajar cada fin de semana a Toledo para jugar al rugby.
Pili, la enfermera canaria que decidió viajar cada fin de semana a Toledo para jugar al rugby.
CEDIDA

Olvidar lo importante para conseguir lo imposible. Esa es, sin duda, la principal seña de identidad de Pili, una joven canaria que nunca dio su brazo a torcer ante la imposibilidad de hacer en su isla lo que más le gusta. "Vivo en un paraíso, pero aquí no hay rugby para chicas", se lamenta. Su relato suena, y mucho, a un guion televisivo de película en la que se narra la vida de un personaje con una historia de superación que, en ocasiones, se exagera para hacerla más lacrimógena. Y todo con el sello de "basada en hechos reales". 

Como en el cine, la primera escena comienza con un rótulo de 'eight years ago' (hace ocho años). En primer plano aparece una auxiliar de enfermería del hospital San Roque de Las Palmas. Es Pilar Carreras González, la protagonista, que se encuentra en un pasillo con Elena, otra enfermera amiga suya con la que charla a menudo. En mitad del turno de noche, en uno de los descansos, surge entre ambas una conversación que no era nueva. "Me tenía loca desde hace tiempo para que jugara a rugby en su equipo", cuenta Pili que, sin embargo, siempre trataba de dar largas a su amiga. "Les decía que sí, que me lo tenía que pensar con más calma o que ya iría algún día, hasta que me presentaron a todas las chicas del club". 

Fue el primer paso y, como dicen en su isla, su incorporación se hizo a fuego lento en medio de la celebración de los carnavales. Lo primero que recuerda de aquella tarde es la pregunta que le formuló una de sus nuevas compañeras. "¿Y tú eres la famosa Pili que nunca viene a entrenar con nosotras?". La forma tan directa en que se dirigieron a ella le dejó "toda cortada". A partir de entonces, su vida quedó estrechamente ligada al rugby.

En 2012 Pili no sabía nada sobre un deporte del que apenas se tenían noticias en Las Palmas. Gracias a que Elena "me lio", pudo conocer al resto de las chicas que jugaban en Las Tamaranas, en referencia a Tamarán, el nombre originario que algunas personas atribuyen a la isla y que es puesto en duda por otras. Su compañera en el hospital San Roque, situado en el antiguo barrio de Vegueta, había jugado en Andalucía y el resto del grupo tenía también experiencia en otros clubes de la península como Estefanía, del CRAT de A Coruña, "otra en Toledo y unas cuantas más que habían venido a Las Palmas a estudiar o a trabajar". Lograron formar un grupo de 20 chicas que durante tres años compitieron contra clubes de Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura. 

"Éramos poquitas y jugábamos una liga canaria –evoca Pili-, pero por desgracia ahora solo quedan Las Furias de Tenerife que se limitan a entrenar porque no tienen contra quién competir". Entre que unas jugadoras regresaron a la península, y que otras lo dejaron, Las Tamaranas despareció. El caso es que el rugby en Canarias es un deporte todavía muy minoritario practicado por gente joven que estudia y que apenas tiene ingresos; "si a esas carencias le sumas que suben las cuotas de las fichas y de los seguros, lo que ocurre es que se produce una fuga en masa". 

Tras la primera tanda de anuncios, la trama de la película pasa a desarrollarse a caballo entre Las Palmas y Toledo. Pili ya se había hecho a la idea de abandonar su sueño cuando un buen día acude a Maspalomas para ver un campeonato de rugby playa. Allí estaba Lidia, una antigua compañera de Las Tamaranas, y Santi, el entrenador del club toledano de Las Águilas. No recuerda muy bien cómo se desarrolló todo. El caso es que en un momento dado de la conversación Pili se atrevió a preguntar: "Lidia, ¿y si voy los fines de semana allí para jugar con vosotras?, porque yo sé que ustedes les hace falta gente". No era una bravata dicha a la sombra del faro más famoso en el archipiélago obra del ingeniero Juan León y Castillo. Iba en serio porque, como ella misma dice, "económicamente podía hacerlo".

El hecho de que el entrenador le transmitiera confianza le ayudó, como lo hizo la frase que le espetó la mujer del míster: "Eso sí que es echarle ovarios. Si jugar aquí te hace feliz, hazlo, porque la vida son dos días". Todo cambió para Pili de la noche a la mañana. Los martes y jueves entrenaba entre las ocho y las nueve y media en su isla con los chicos en el polideportivo Martín Freire. "Luego me duchaba, y si tenía turno de noche me iba directa al hospital", afirma. Sin vacilar ni un instante, repite por triplicado la palabra "nunca" para incidir en la idea de que nadie le puso problemas a la hora de entrenar con los chicos. "Siempre me trataron como una más. Me ayudaban, me animaban y me daban consejos para mejorar mi técnica de placaje", resume la pilier canaria. 

A la vuelta de la segunda tanda de anuncios la historia de superación alcanza su clímax. Para ir a jugar a Toledo un sábado, Pili cumplía el viernes su turno de diez de la noche a ocho de la mañana y luego cogía el vuelo a Madrid una hora más tarde (1.934 kilómetros). "La verdad es que en el hospital también me ayudaron mucho porque me dejaban salir un poco antes", se apresura a decir. A su llegada a Madrid, o bien iba en "guagua" a la estación de Atocha (16 kilómetros) para coger el AVE a Toledo (67 kilómetros) o bien "me montaba en un bla bla car que me conseguían las compañeras". 

Lo cierto es que siempre estaba puntual a las tres en el campo de Las Águilas. Tras el partido, de vuelta a Madrid sin celebrar el tercer tiempo. "Me venía en el vuelo de la noche o me quedaba durmiendo en el aeropuerto en un banco, en el suelo o donde pillara para coger el primer avión que saliera al día siguiente". Y ese primer vuelo salía a las siete de la mañana, "con lo que me daba tiempo para empezar el turno de tarde o de noche, depende". 

O sea, otros 2.000 kilómetros para volver a casa. Pili aprovechaba una quincena de sus vacaciones para entrenar con las chicas en Toledo, al mismo tiempo que hacía auténticos malabares con sus turnos en el hospital para ir a la península los jueves "y así poder entrenar un poco más con ellas". Sus ganas de jugar al rugby no pasaron desapercibidas en su hospital, que durante dos años le patrocinó costeando sus billetes de avión. 

A la protagonista de la historia se le ve una mujer agradecida. "Llevaré toda mi vida a Toledo en el corazón porque me trataron superbién tanto la capitana Almudena como la otras compañeras cuando me dejaban dormir en sus casas". 

Dos años más tarde acudió a un campus donde coincidió con María Ribera. La ex internacional española le propuso integrase en su equipo, el Scrum de San Sebastián de los Reyes, y allí que se fue. "Conocí gente maravillosa y conseguí jugar un año en División de Honor, ¿qué más puedo pedir?", se pregunta. Un año en la élite, y otra vez de vuelta a Toledo. 

Sin embargo, entre el trabajo y estar muchos días fuera de casa le hicieron abrir un periodo de reflexión para saber qué hacer con su vida. "Llegó un momento en que ya no podía más", confiesa. Eso, y que cuando había partido ya no jugaba. "Por supuesto que entiendo este tipo decisiones, pero, si ya no les puedo ayudar, ¿para qué voy a estar sacrificándome?", reflexionó en voz alta recién cumplidos los 39 años. Ni un reproche sale de su boca

"A las de Toledo siempre les dije antes de los partidos lo agradecida que estaba con ellas por jugar sin haber entrenado apenas juntas, así que cuando han cambiado las cosas he sido la primera en entenderlo", añade. La cuestión es que Pili durante varios años jugó más minutos que otras jugadoras que sí asistían a los entrenamientos semanales. "Solo con el esfuerzo que estás haciendo te mereces jugar media parte", le repetía su entrenador. A ella, pese a todo, le daba "pena" por sus compañeras que estaban en el banquillo. 

"Nunca he ido de estrella; a mí eso no me gusta porque soy una persona más sencilla que el carajo". Se acerca ya el final feliz de la película. La pilier canaria dice que ahora trabaja "un montón" y que a sus casi 40 años le toca disfrutar de la vida, "que son dos días", en su isla natal, "donde se puede vivir casi todo el año en cholas (chancletas)". 

Antes de que aparezca el rótulo de 'The end', Pili echa la vista atrás para agradecer a sus hermanas y amigas que cuidaran de sus dos perros cuando ella estaba de viaje. Pese a su afición, ninguna de sus hermanas siguió sus pasos. "Me decían que era un deporte en el que siempre estabas en el suelo y solo recibes golpes y yo, la verdad, nunca me vi haciendo ballet", replica en tono irónico. Tampoco se olvida de sus compañeros del hospital San Roque porque "si no hubieran accedido en multitud de ocasiones a cambiarme los turnos, jamás hubiera podido disfrutar del rugby como lo hice".

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