Así ha cambiado el mundo en dos décadas

Veinte años del 11-S: del esprint militar global al liderazgo económico de China

Mientras Occidente se centraba durante años en Afganistán, el gigante asiático centralizaba la producción en la industria de componentes electrónicos e iniciaba una política económica internacional expansiva.

Dos décadas del 11-S: cambiarlo todo para que nada cambie en el mundo
Dos décadas del 11-S: cambiarlo todo para que nada cambie en el mundo
EFE

Las dos décadas transcurridas desde el 11 de septiembre de 2001 han provocado cambios de calado para la Humanidad. Veinte años en los que cuatro aviones determinaron la política internacional, la inteligencia, la economía y, por supuesto, la política de Occidente. Hoy, con la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, el mundo se pregunta si mereció la pena tanto sacrificio en miles de vidas, millones de refugiados y miles de millones en presupuestos, y, sobre todo, si la lucha contra el terror ha servido para que el terrorismo internacional desaparezca de nuestras vidas.

Los datos revelan que el hecho de mantener durante 20 años al talibán fuera del poder y sacar a Al Qaeda del país ha salido realmente caro. Sólo en la coalición internacional las cifras superan las 3.500 bajas, mientras que 60.000 efectivos afganos han perdido la vida durante estos 20 años, un número que se duplica en el caso de las víctimas civiles de la guerra más larga que nunca haya librado la primera potencia del mundo. Estados Unidos ha destinado más de un billón (español) de dólares a guerrear contra unas tribus que han demostrado que el tiempo puede ser el arma más terrible contra un ejército poderoso.

Pero si los números son impresionantes aun lo son más los cambios tan radicales que ha sufrido el mundo y las instituciones durante estos 20 años. Como respuesta al ataque del 11-S, Estados Unidos creó el Departamento de Seguridad Nacional. Puede parecer un cambio menor, pero tras él se esconde todo un aparato en el que se fusionaban las principales agencias de seguridad e inteligencia del país. La consecuencia fue que, desde entonces, la seguridad formó parte de nuestras vidas. Viajar en avión, la inspección de las cargas en los buques marítimos, las normativas en materia de protección de datos y vigilancia en Internet, todas son herederas directas de la obsesión por la seguridad. Estados Unidos no podía permitirse sufrir un nuevo atentado en su territorio y, por lo tanto, el mundo entero adoptó políticas cada vez más restrictivas en materia de libertad individual. El eterno debate entre libertad y seguridad quedó relegado en beneficio del reinado absoluto por parte de la segunda.

Como respuesta a la nueva aproximación americana al fenómeno del terrorismo, la llamada guerra contra el terror, la Inteligencia sufrió una profunda transformación. Se necesitaba una disciplina mucho más ejecutiva, incluso profiláctica, que disipara las dudas e incertidumbres en la toma de decisiones políticas para convertirse en un auténtico bisturí, capaz de extirpar el tumor con independencia del lugar exacto del mundo en el que se encontrara. Fruto de esta nueva inteligencia, las relaciones internacionales sufrieron un importante cambio. Los acuerdos de cooperación en materia económica o de derechos humanos mutaron en otros mucho más provechosos para la industria militar: los Memorandos de Entendimiento (MOU).

Esta figura pasó a protagonizar la tradicional visión diplomática de los tratados internacionales. Los acuerdos en materia de desarrollo y adquisición de equipamiento militar se impusieron como forma de fortalecer las relaciones entre países. Estados Unidos pasó a centrar en el Departamento de Defensa su acción exterior, en detrimento del denostado Departamento de Estado. Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Qatar, Israel, Kuwait y Marruecos se vieron favorecidos por la nueva política internacional estadounidense, por la que firmaron cientos de acuerdos en materia de cooperación militar. Una tendencia que llega hasta nuestros días.

Por su parte, el presupuesto militar global ha ido rompiendo récords año tras año desde 2001. Este dato es relevante teniendo en cuenta las dos crisis económicas mundiales vividas desde 2001, en especial la de 2008, que acabaron con millones de empleos y una reconfiguración de las cuentas públicas en perjuicio de las inversiones en educación o sanidad. Tras Estados Unidos, China, India, Rusia, Arabia Saudí y el Reino Unido siguieron sus pasos, invirtiendo cifras millonarias en sus respectivas industrias de defensa. En 2020, China destinó 209.000 millones de euros a gasto militar, un 76% más que en 2010, al igual que Rusia (61.700 millones), India (60.599) y Reino Unido (con 49.211 millones).

Además de la inteligencia y las relaciones exteriores, la economía ha sido el otro gran ‘factotum’ que ha cambiado durante estas dos décadas. A la desconfianza inicial por el resultado de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, le siguió un crecimiento desmesurado del mercado inmobiliario. Un fenómeno vivido tanto en Estados Unidos como en Europa. Mientras que en 2007 las ciudades y pueblos de Afganistán vivían los peores momentos de la guerra, las bolsas de Nueva York, Londres, Paris y Madrid experimentaban su particular sueño de ricos del que despertaron abruptamente en 2008 con la que por entonces era la “la mayor crisis económica de la democracia”. Todo por un producto financiero que iba envenenando en cadena las cuentas de bancos, empresas y hogares.

Cientos de miles de millones de dólares y euros se destinaron a recuperar las cajas de las bolsas europeas y americanas, así como al rescate de cientos de entidades bancarias por todo el mundo. El índice de endeudamiento privado se disparó y, de nuevo en la historia, el sector público tuvo que ayudar al privado para evitar el colapso total del sistema. Sin embargo, las ayudas estatales no sirvieron para ahuyentar la tendencia bajista de las bolsas que ya nunca volvieron a ser las mismas. A la desconfianza de los inversores, se unía la aparición de una nueva economía basada en la tecnología y al cambio de liderazgo definitivo en el sudeste asiático como centro de referencia mundial tanto industrial como económico.

China aprovechaba la oportunidad para centralizar la producción en la industria de componentes electrónicos, textil y automoción, y a la vez iniciar una política económica internacional expansiva

El destronamiento de los talibán en Kabul, reducidos a su mínima expresión en las montañas de Kandahar, centraba la preocupación mediática en Occidente y China, el gigante asiático, aprovechaba la oportunidad para centralizar la producción en la industria de componentes electrónicos, textil y automoción, y a la vez iniciar una política económica internacional expansiva. Su estrategia pasaba (y pasa) por cambiar inversiones por energía en aquellos países que pudieran ofrecerle más alimento a su industria, cada vez más contaminante. Como respuesta, el medioambiente y su protección apareció en el imaginario económico. Fruto de ello fueron los Acuerdos de París y la creación de un mercado de emisiones en el que los países ricos pagan a los pobres por el mero hecho de contaminar, privando, en cierta manera a los segundos de la posibilidad de crecimiento futuro.

La economía y las relaciones internacionales han sufrido una profunda transformación durante todo este tiempo. Sin embargo, dos décadas después, los talibán han vuelto a Afganistán y los estados occidentales han asumido que tendrán que negociar con ellos en el futuro, como ya hizo en el pasado la Administración Trump. Al Qaeda vuelve a encontrarse con un refugio para sus planes expansionistas, mientras que el Estado Islámico, un grupo terrorista surgido durante los 20 años de lucha contra el terror, se ha convertido en un enemigo del nuevo régimen afgano. Al menos en esa parte del mundo parece que el principio 'lampedusiano' está más vigente que nunca: cambiar todo para que nada cambie.

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