OPINION

¿Dónde están mis millones? El interés oculto de Trump en Bruselas

Pedro Sánchez y Trump
Pedro Sánchez y Trump
La Moncloa

¡Donde están mis legiones, Varo! Con este grito el emperador Augusto reclamaba al general Publio Quintilio Varo, derrotado en Teutoburgo, que le rindiera cuentas por la aniquilación casi completa de tres legiones en los bosques de la actual Baja Sajonia.

La derrota en Teutoburgo no solo suponía un alto coste en términos humanos. También implicaba la pérdida de una ingente partida presupuestaria dirigida a equipar y mantener a más de 20.000 legionarios con más de 20 años de servicio a costa del Estado. De ahí que Augusto no echase de menos a su general hasta que recibió su cabeza chamuscada por encargo del joven Arminio, rey de los Queruscos.

En similares términos, Donald Trump irrumpía en la Cumbre de la OTAN celebrada esta semana en Bruselas, solo que en esta ocasión no preguntaba directamente por sus legiones. Lo hacía por los millones que los aliados ya comprometieron en la Cumbre de Helsinki celebrada en 2014 y que alcanza el 2% de la riqueza nacional de cada uno de los países de la Alianza Atlántica. Este porcentaje iría íntegramente destinado a aumentar el gasto militar de una Europa que necesita de un brazo armado para defenderse del exterior.

En términos nacionales, probablemente, la Cumbre de la OTAN pasará a la historia de la política española como un nuevo desencuentro entre dos líderes que se buscan, Sánchez y Trump, pero que no acaban de encontrarse. Sería una anécdota si no fuera porque son los legítimos representantes de dos países que ya cooperan estrechamente en materia de seguridad y defensa y que necesitan, más allá de una promesa de llamada telefónica, una fotografía o un encuentro que reafirme el compromiso mutuo por la estabilidad mundial.

En materia de defensa, lógicamente, cada país debe contribuir en su justa medida para tratar de cumplir los compromisos internacionales que trascienden a la presencia de un gobierno u otro en el poder. Estas obligaciones pasan a formar parte de las denominadas cuestiones de Estado. Este es el auténtico objeto de una cumbre internacional en materia de seguridad como la que hemos vivido esta semana.

El órdago puesto encima de la mesa por Trump no implica más que la necesidad de Estados Unidos de hacernos ver – y tienen razón – que la seguridad europea tiene un precio que están pagando y que reclaman que sean los europeos, no se nos olvide que somos los principales beneficiarios, los que en el futuro asumamos su coste.

La cuestión no ascendería más de la categoría de anécdota si no fuera por que en la próxima cumbre de Helsinki, Trump y Putin pueden llegar a un acuerdo para rebajar la tensión en el flanco oriental de la UE. La decisión podría venir en forma de reducción de efectivos humanos y materiales en este teatro de operaciones tan convulso. Esto sí supondría una clara advertencia a Alemania, Polonia y en general toda Europa del Este de que, a partir de ahora, serán los europeos los que se paguen su propia seguridad.

Pero, además de los aspectos relativos a la seguridad, tampoco hay que ocultar el interés comercial de los países en aumentar los presupuestos mundiales de Defensa. Hablamos concretamente de su industria armamentística.

EEUU es el mayor inversor en capacidades militares del mundo a una distancia sideral del resto de Estados. Casi la mitad del gasto mundial corresponde al gigante americano que es sabedor de que una política expansiva en esta política les ofrece un buen retorno a sus empresas. Mantener el monopolio de la tecnología militar implica que, una vez adquirida por otra nación, esta se convierte en una herramienta cautiva para mantener "fidelizados" a los compradores.

Bajemos al terreno práctico. Estados Unidos necesita urgentemente dar una salida al mayor ingenio de su industria militar en materia de aviación. Hablamos del F35, el súper avión de combate polivalente capaz de convertirse en un monstruo del aire integrando los sistemas de invisibilidad ante el radar, de intercepción aérea y de ataque a objetivos en tierra con una autonomía suficiente como para suponer una prolongación efectiva de la poderosa marina estadounidense o incluso para defenderse de ataques aéreos masivos.

Es el avión soñado por gran parte de los ejércitos occidentales. A su versatilidad y polivalencia añade, en el caso del F35c, un sistema de aterrizaje y despegue vertical que le permite integrarse a la perfección en los portaaviones de pequeño tonelaje o incluso en los buques de aproximación, como puede ser nuestro Juan Carlos I.

En el caso español, el debate se centra en saber si este avión sería capaz de integrarse en nuestro sistema de defensa aérea y suponer una alternativa a los ya de por sí castigados F18 e incluso una alternativa más sofisticada al Eurofighter. Difícilmente podríamos encontrar otro modelo de despegue vertical que suponga una alternativa real a los ya casi sesentones Harrier que permiten esta maniobra en movimiento y que a día de hoy son la única opción de la rama aeronaval de nuestra presencia marítima.

Sería una muy buena elección si no fuera por los 200 millones de dólares que puede costar cada unidad, eso sin tener en cuenta la adquisición de los sistemas de mantenimiento y armamento imprescindibles para hacer viable una inversión total que superaría los 2.000 millones de euros.

Reino Unido ya ha recibido los primeros modelos y en cierto modo ha pagado su tributo adquiriendo un producto que supone una ventaja táctica extrema, siempre que sea capaz de superar los problemas en los vuelos de prueba y test a los que se ha sometido en Estados Unidos y que realmente pueden llegar a suponer un fracaso en caso de que la industria estadounidense no consiga vender suficientes unidades del F35 a países, como, por ejemplo, España.

La moraleja de toda esta historia termina en la necesaria concienciación en temas de seguridad para la sociedad civil, una asignatura imprescindible que el nuevo gobierno debe abordar para justificar inversiones mil millonarias que están detrás de un desencuentro que va más allá de las miradas esquivas y las promesas de llamadas. Augusto no tardará en volver a reclamar sus legiones.

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