OPINION

El dulce verano y los densos nubarrones de otoño

Perdo Sánchez y Mariano Rajoy
Perdo Sánchez y Mariano Rajoy
EFE

Tenemos aquí las vacaciones de verano, después de semanas de sobresaltos. No te bañarás dos veces en el mismo río, proclamó el bueno de Heráclito bajo el olivo azul de su Éfeso natal. Tenía razón el filósofo, todo cambia, nada permanece. Y si no lo cree, mire todo lo acontecido durante estos dos últimos meses para convencerse. Sin aliento, sin descanso, por tanto, cabalgando sobre el vértigo de lo inesperado, llegamos a este verano de 2018 conjurado para el asombro. Cayeron gobiernos por mociones de censura en principio imposibles, pero finalmente mutadas en éxitos sonoros, quizás por aquello de que los dioses premian a los osados y la osadía de Sánchez lograra matrimoniar lo irreconciliable.

El cambio de gobierno fue, en principio, positivo para todos. Desbloqueaba una situación imposible, relajaba la tensión política, daba oportunidades a lo distinto. Vino bien a España, al PSOE y también, y paradójicamente, al PP desalojado de las mieles del poder y de las hieles de sus propias contradicciones. Tras la moción, el PSOE, caduco en las encuestas, remontó hasta el primer lugar en intención de voto. El PP, hundido por aquel entonces en las encuestas, agónico en su etapa final de gobierno, reverdece ahora tras el rupturista y afortunado desenlace de unas primarias inéditas y hermosas. Que los vientos de libertad siempre vienen bien, sobre todo, a un PP catatónico, más allá que acá, más zombi que caminante, más súbdito del reino de la melancolía que ciudadano de la república de la vida. Hace dos meses tan sólo, un Rajoy acorralado intentaba resistir en su gobierno ausente mientras que un Sánchez perdido se veía relegado por un Iglesias soberbio y ocurrente. El viejo bipartidismo parecía cosa del pasado, sepultado por la lozanía y el vigor de las nuevas formaciones, los Podemos y los Ciudadanos postmodernos y enrollados. Dos meses más tarde, la dinámica se ha invertido, y los muertos de antaño gozan de buena salud. Cosas de la vida y de la política. Pero aún queda tiempo por delante y cosas veremos que nos asombrarán. Cabalgamos sobre una época de sobresaltos que no otorgará tregua a nuestros inyectores de adrenalina.

El nuevo gobierno, en general, cayó bien a la parroquia. Los nombres de sus ministros, salvo alguna excepción puntual, nos parecieron prudentes y solventes. Pero, como el aserto evangélico, por sus obras los conoceréis. Y, sin llevar aún los cien días de gracia, el desconcierto nos invade, malgastados, como han estado, en políticas-anuncio, guais y progres, en vez de en la gestión, gris y aburrida. Ocupado en banderías ideológicas en vez en el rigor de los números, el gobierno ha enarbolado pancartas idealistas de mayo del 68 sin llevar, todavía, medida alguna a las leyes, afortunadamente, quizás. Sólo le hemos conocido el incremento del 4,4% en el techo de gasto, que abre más interrogantes que respuestas aporta. ¿Cómo va a financiar ese incremento de gasto? Comparativamente, ya estamos en la franja impositiva alta entre los países de la UE. ¿Van a subir, de verdad, los impuestos? Mal camino, camino malo, el que emprenderíamos entonces. Y, atención, que, como advirtieron los clásicos, con las cosas de comer no se debe jugar.

Nos vamos de vacaciones, con el sobresalto en la mochila y la inquietud en el ánimo. ¿Qué nos encontraremos a nuestro regreso? ¿Cómo será el otoño que se avecina? La economía sigue a toda vela, con un crecimiento cercano al tres por ciento. El verano, con su legión de turistas empeñados en regar con euros, dólares y yenes nuestras arcas, nos regalará un nivel histórico de cotizantes a la Seguridad Social. La crisis, después del verano, será un recuerdo todavía doloroso, pero matizado por la bruma del olvido. Aún nos quedarán heridas, costurones, endeudamientos, embargos, salarios bajos y paro de larga duración, pero la alegría del proyecto, el ensueño del ascenso, el nuevo coche a comprar, empujarán la recuperación, el consumo y los proyectos empresariales. Los salarios comenzarán a subir, lo que, aparentemente, cebaría el ciclo virtuoso de nuestra economía. Pero decimos tan sólo aparentemente, porque el otoño, junto a las hojas que caen, podría aguarse por los primeros nubarrones que empañarán el cielo azul que ahora nos ilumina y alegra.

Los nubarrones serán políticos y económicos. Empecemos por estos últimos, porque todavía estamos en tiempo de enmienda. Vamos a ello. La economía irá perdiendo paulatinamente el vigor que ha mostrado en estos tres años anteriores, aunque su inercia garantiza, en principio, un crecimiento razonable para 2019. Pero las medidas anunciadas por el gobierno no favorecerán la actividad económica ni al ritmo de creación de puestos de trabajo. Su decisión de no cumplir los previos compromisos europeos en materia de déficit, cebará la desconfianza sobre nuestras finanzas, hipotecadas por una deuda pública que se resiste a bajar y que consumirá ingentes recursos una vez que el ciclo de subida de tipos comience a mostrar su patita a lo largo del próximo ejercicio. Atención a los datos macros porque nos harán sufrir. Días de mucho, vísperas de nada, que dirían en mi pueblo. El gasto público debe equilibrarse con los ingresos y los ingresos son impuestos. Ya son altos los que pagamos y subirlos perjudicaría a la inversión y el consumo. Por otra parte, los destopes de cotización anunciados, tanto para trabajadores por cuenta ajena como para autónomos resultarán a la larga perjudicial para el empleo, al tiempo que rompen el carácter contributivo de nuestro sistema de pensiones. Cuidado, cuidado, que no pinta bien el camino que alumbran las promesas gubernamentales, medidas todas ellas viejas y, probablemente, contraproducentes.

La mayor de las tormentas políticas, por otra parte, tendrá de nuevo su epicentro en Barcelona. El pasteleo de Sánchez con los independentistas no hace sino rearmarlos. Puigdemont fuerza a su partido a la radicalidad antidemocrática, mientras que el gobierno les promete el oro y el moro. Promesas vanas, que no servirán para nada. Los independentistas volverán a sus asonadas y sediciones, con su felonía totalitaria y excluyente. Dan miedo. Se ríen de los ofrecimientos imposibles de un gobierno desnortado e iluso.

No se puede negociar con el independentismo supremacista, hay que derrotarlo democráticamente, sin concesiones. Deben ser conscientes de la inutilidad de su chantaje, de lo estéril de sus tretas. Los paños calientes del gobierno no atemperarán la furia de su embate. Preparémonos porque no pueden percibir debilidad en nosotros, los que deseamos convivir en una España unida que nos mejora a todos. El gobierno de Sánchez, al sembrar vientos, recogerá seguras e intensas tempestades. Una pena, una verdadera pena.

Y otro nubarrón que tendremos sobre nosotros – y esta vez no por culpa del gobierno – es el enojoso asunto del rey emérito. Que nadie lo dude, el caso terminará en los tribunales, con gran escándalo internacional y enorme conmoción casera. Pero la monarquía debe estar por encima de las corruptelas de alguno de sus monarcas y para ello, debe resultar vigente la sentencia justa de que quién la hace, la paga. Malos tiempos corren para don Juan Carlos, que debe aclarar de inmediato lo que de verdad o falsedad esconden las sucias palabras de la cortesana artera e imprudente. Callar es aceptar y aceptar significa delito. Ya veremos como lidiamos este morlaco coronado.

Pero, en fin, ahora nos toca disfrutar. Al fin y al cabo, hemos llegado sanos y salvos a este verano sobresaltado y dulce. Gocémoslo mientras dure porque el otoño está ya aquí, a la vuelta de la esquina, con sus hojas caducas y sus nubarrones, grises y seguros, en ciernes. Que todo cambia y que nada permanece, como bien deberíamos saber ya a estas alturas veraniegas.

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